Reconstrucción en diorama del posible aspecto de la biota de Ediacara. Autor: Ryan Somma.
Los organismos ediacáricos, también conocidos como biota del periodo Ediacárico o, anteriormente, biota (o fauna) vendiense o de Ediacara, son antiguas formas de vida sésiles (es decir, sin un órgano que sirva de pie o soporte) con forma tubular y de hoja que habitaron la Tierra durante el periodo Ediacárico (acaecido hace c. 635-542 Ma), y que representan los organismos pluricelulares complejos más antiguos conocidos dentro del nivel macrocelular de complejidad biológica.
Estos organismos aparecieron poco después de que la Tierra se deshelara después de la extensa y última glaciación del periodo Criogénico, y desaparecieron en su mayoría poco antes de la rápida aparición de biodiversidad conocida como explosión cámbrica, que consistió en la primera aparición en el registro fósil de los patrones y morfologías básicas que más adelante formarían la base de los animales modernos. Pocos elementos propios de la diversidad de los organismos ediacáricos serían incorporadas a estos patrones, y los distintos organismos que aparecieron durante el Cámbrico desplazaron y reemplazaron totalmente a las formas de vida que habían dominado el registro fósil de la fauna de Ediacara.
Los organismos ediacáricos aparecieron por primera vez hace unos 580 Ma y prosperaron hasta el inicio del Cámbrico, hace 542 Ma. Aunque algunos fósiles que podrían representar a varios supervivientes de esta biota de Ediacara han sido descubiertos en estratos correspondientes al Cámbrico medio (hace unos 510-500 Ma), las comunidades de fósiles más primitivas desaparecen del registro fósil al final del periodo Ediacárico, dejando únicamente curiosos fragmentos de los ecosistemas que anteriormente habían prosperado. Existen diversas hipótesis para explicar esta desaparición, incluyendo un sesgo de conservación, un ambiente cambiante, la aparición de predadores o la competición con otras formas de vida (ver más adelante en esta misma entrada).
La posición filogenética de los organismos de esta biofacies (en geología, rocas con un determinado contenido fósil) constituye un gran problema para los paleontólogos. Mientras que muchos de ellos parecen corresponder a formas de vida sin representantes en la fauna actual, algunos organismos ediacáricos parecen haber estado estrechamente relacionados con grupos que más adelante se convertirían en prominentes; por ejemplo, la morfología de algunos taxones como Funisia dorothea sugieren su relación con los poríferos o cnidarios, mientras que Kimberella muestra parecido con los moluscos e incluso ha sido propuesta como un antepasado de éstos, lo que ha llevado a pensar que algunos organismos ya presentaban simetría bilateral, aunque esta afirmación es controvertida.
Reconstrucción digital (arriba) de varios ejemplares de Funisia dorothea. Autor: David Attenborough, copyright: Atlantic Productions. Fotografía real (abajo) de un fósil de Funisia dorothea. Autor: desconocido, copyright: Droser lab, UC Riverside.
La mayoría de fósiles macroscópicos son morfológicamente distintos a las formas de vida posteriores: se asemejan a discos, bolsas llenas de barro o colchones esponjosos. Debido a las dificultades para situar en el árbol filogénico a estos organismos, algunos paleontólogos sugirieron al principio que al menos una parte de la biota edicárica representaría a una rama independiente completamente extinta dentro de un reino propio, denominado VENDOZOA (actualmente VENDOBIONTA). Otros, incluso, consideran que estos organismos formarían parte de un «experimento fallido» de la vida pluricelular, que supuso que la vida pluricelular posterior volviera a evolucionar más adelante a partir de organismos unicelulares no relacionados.
Historia del descubrimiento:
Los primeros fósiles ediacáricos descubiertos fueron los de Aspidella terranovica, con forma de disco, en 1868. Su descubridor, Alexander Murray, un agrimensor y geólogo, los consideró herramientas útiles para determinar la edad de las rocas de la zona de la isla de Terranova. Sin embargo, como se encontraban por debajo de los «estratos primordiales» (los estratos cámbricos que se consideraba contenían los primeros indicios de vida), pasaron cuatro años antes de que alguien se atreviera a sugerir que podían ser fósiles.
La propuesta de Elkanah Billings al respecto fue descartada por sus colegas a causa de su explicación sencilla, y los fósiles fueron considerados estructuras sedimentarias debidas al escape de gases, concreciones inorgánicas o incluso «trampas colocadas por un dios malicioso para sembrar la falta de fe». En aquellos tiempos todavía no se conocían estructuras similares en ningún otro lugar del mundo, y este debate pronto cayó en el olvido. En 1933, Georg Gürich descubrió ejemplares muy similares a los de Terranova en Namibia, pero la firme creencia de que la vida tenía sus orígenes en el Cámbrico hizo que fueran asignados a este periodo, y no se trazó ninguna relación con Aspidella.
Fotografía real de un fósil de Aspidella terranovica. Autor: Phoebe Cohen.
En 1946, Reg Sprigg descubrió fósiles similares a «medusas» en los montes Ediacara, pertenecientes a los montes Flinders de Australia, pero se creía que estas rocas se habían formado en el Cámbrico temprano, de manera que, aunque el descubrimiento despertó cierto interés, no atrajo la atención de los especialistas.
No fue hasta el descubrimiento británico del icónico Charnia en 1957 cuando se empezó a considerar seriamente que el Precámbrico hubiera albergado vida. Este fósil en forma de fronda fue descubierto en el bosque de Charnwood, en Inglaterra, y a causa de los detallados mapas geológicos del British Geological Survey no cupo ninguna duda que estos fósiles estaban insertos en rocas precámbricas. El paleontólogo Martin Glaessner trazó finalmente la conexión entre este descubrimiento y los anteriores, y con una combinación de dataciones más precisas de los ejemplares existentes y una inyección de vigor a la investigación, se descubrieron muchos más miembros de la fauna ediacárica.
Sin embargo, todos los ejemplares descubiertos hasta 1967 se encontraban en yacimientos de arenisca muy rugosa, que impide que durante la fosilización queden conservados los detalles más delicados, haciendo que fuera difícil interpretarlos. El descubrimiento de S. B. Misra de capas de ceniza fosilíferas en las cenizas volcánicas de Mistaken Point (Terranova y Labrador) cambió la investigación, pues la conservación de los detalles que hacía posible la fina ceniza permitió describir características anteriormente inadvertidas.
La pobre comunicación, junto con la dificultad de correlacionar formaciones globalmente distintas, hizo que surgiera una plétora de nombres diferentes para estos organismos. En 1960, el nombre francés «Ediacarien», por los montes Ediacara en el sur de Australia, que derivan su nombre de la palabra aborigen Idiyakra («el agua está presente»), se propuso frente a los términos rivales «Sinian» y «Vendian», para referirse a las rocas precámbricas terminales, nombres que también fueron dados a los organismos. Finalmente, los términos Ediacárico (en inglés, Edicaran) y Ediacariense (Ediacarian) se aplicaron a la época o período geológico del Precámbrico correspondiente y a sus rocas. En marzo de 2004, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas puso fin a la inconsistencia, estableciendo formalmente el nombre del periodo terminal del Neoproterozoico en honor del topónimo australiano.
Reconstrucción digital (arriba) de varios ejemplares de Charnia. Autor: desconocido. Fotografía real (abajo) de un fósil de Charnia. Autor: desconocido.
Conservación:
La vasta mayoría del registro fósil se compone de la robusta materia esquelética de cadáveres degradados. Por eso, como los organismos ediacáricos tenían cuerpos blandos y carecían de esqueleto, su abundante conservación es muy sorprendente. Probablemente contribuyó a ello la ausencia de criaturas excavadoras en estos sedimentos, pues a partir de la evolución de estos organismos durante el Cámbrico, las impresiones de cuerpos blandos aparecen generalmente bioturbadas antes de que se pudieran fosilizar.
Otro de los factores que pudo ayudar a la preservación de estos fósiles son los tapetes de microbios, es decir, zonas de sedimentos que quedaban estabilizadas por la presencia de colonias de microbios, las cuales secretaban fluidos pegajosos o unían las partículas sedimentarias de diversas maneras. Actualmente, al analizar un tapete microbiano, parece que los microbios que lo componen migran hacia arriba cuando quedan cubiertos por una capa delgada de sedimento, pero eso es una ilusión provocada por el crecimiento de la colonia; los individuos en sí no se mueven. Si queda depositada una capa de sedimentos demasiado gruesa antes de que puedan crecer o reproducirse a través de ella, algunas partes de la colonia mueren, dejando fósiles con una característica textura arrugada de «piel de elefante».
Muchos de los estratos ediacáricos tienen textura de «piel de elefante», siendo en ellos donde se encuentran casi siempre el resto de fósiles de este período. Aunque los tapetes de microbios estuvieron muy extendidos en el pasado remoto, la evolución de sus predadores naturales (los «organismos pacedores») durante el Cámbrico hizo disminuir significativamente su número, por lo que estas comunidades están actualmente limitadas a refugios inhóspitos, donde los predadores no pueden sobrevivir el tiempo suficiente como para comérselas.
El fósil de Charniodiscus apenas se puede distinguir de la textura de «piel de elefante» en este molde. Autor: desconocido.
Fosilización:
Como ya se ha dicho, la conservación de estos fósiles es considerada un enigma científico fascinante, pues al ser organismos de cuerpo blando, normalmente no fosilizarían. A diferencia de otras formas de vida de cuerpo blando posteriores (como las de los esquistos de Burgess o las calizas de Solnhofen), los organismos ediacáricos no estaban localizados en ambientes restringidos (ambientes de difícil comunicación biológica con el exterior) sujetos a condiciones locales inusuales, sino que eran un fenómeno global. Por tanto, los procesos que intervinieron en la fosilización debieron ser sistemáticos y presentes en todo el mundo. Hubo de existir algo muy diferente en el periodo Ediacárico que permitió que estas delicadas criaturas fueran conservadas.
La hipótesis más extendida es que los fósiles fueron preservados gracias a que fueron rápidamente cubiertos por cenizas o arena, atrapándolos junto al barro o los tapetes de microbios en los que vivían. Aunque las capas de ceniza ofrecen más detalles fósiles y pueden fecharse con precisión (con un margen de error de 1 Ma o menos) por medio de la datación radiométrica, lo más habitual es encontrar los fósiles ediacáricos en capas de arena depositadas durante (1) tormentas o (2) por medio de corrientes oceánicas de alta energía, que arrastraban las capas superficiales del fondo marino, conocidas como turbiditas. Actualmente, los organismos de cuerpo blando casi nunca se fosilizan así, pero la presencia de extensas capas de microbios probablemente contribuyó a la preservación de los organismos ediacáricos, estabilizando las impresiones en el sedimento.
El ritmo de cementación del sustrato suprayacente (el que se deposita encima), en relación al ritmo de descomposición del organismo, determina si se conserva la superficie superior o inferior del organismo. La mayoría de fósiles en forma de disco se descompusieron antes de que se cubriera el sustrato suprayacente, y la ceniza o la arena llenaron el vacío, dejando un molde de la parte inferior del organismo. En cambio, los fósiles de organismos esponjosos tienden a descomponerse después de la cementación del sedimento suprayacente, por lo que se conserva la superficie superior. Su naturaleza más resistente se refleja en el hecho de que, en raras ocasiones, se encuentran fósiles de organismos esponjosos dentro de estratos acumulados por tormentas. La violenta sedimentación no las destruyó, como lo habría hecho con los discos, menos resistentes. Además, en algunos casos, la precipitación bacteriana de minerales formó una «máscara mortuoria» similar a un molde del organismo.
Morfologías de los restos fósiles encontrados:
Los organismos ediacáricos exhibían casi todas las formas de simetría existentes, así como una inmensa variedad de características morfológicas; su tamaño podía oscilar desde unos pocos milímetros hasta varios metros; su complejidad, de simples «manchas» en la roca a figuras más complicadas; su rigidez, de robusta y resistente a análoga a la de las medusas. Estos organismos se distinguían de los fósiles procedentes de épocas anteriores en que presentaban una estructura pluricelular organizada y diferenciada.
La variedad morfológica de los organismos ediacáricos puede agruparse, a grosso modo, en los siguientes taxones «de forma»: embriones, discos, bolsas, organismos esponjosos, ediacáricos «no ediacáricos» e icnofósiles.
- Embriones: Los descubrimientos recientes de vida pluricelular precámbrica documentan numerosos casos de fósiles con forma de embriones, especialmente en la Fm. Doushantuo, en China. Algunos hallazgos despertaron un gran interés mediático aunque algunos investigadores han afirmado que, en realidad, son estructuras no orgánicas formadas por la precipitación de minerales dentro de un hueco. Otros «embriones» han sido interpretados como restos de bacterias reductoras de azufre gigantes similares a Thiomargarita, una propuesta en principio muy discutida pero que está ganando aceptación. No obstante, algunos de los microfósiles de hace 632,5 Ma (apenas 3 Ma después del fin de las glaciaciones del período Criogénico) podrían representar «etapas de reposo» embriónicas en el ciclo vital de los animales más antiguos conocidos.
Una teoría alternativa es que estas estructuras representan etapas adultas de los animales de este periodo. Recientemente se ha visto, mediante el análisis de muestras de estos especímenes por microscopía tomográfica de rayos X de fuente sincrotrón, que no se trata de embriones ni de ninguna otra otra estructura asociada a los metazoos, sino que más bien se trata de acumulaciones de células semejantes a quistes producto de una división celular de tipo politómico, es decir, que proceden de una célula progenitora que aumenta mucho de tamaño, produciéndose posteriormente divisiones celulares rápidas sucesivas con poco o ningún crecimiento entre etapas. Esta forma de división es característica de algunos protozoos. Según los autores del estudio, esto lleva a pensar que los llamados «embriones» de Doushantuo serían en realidad representantes de un grupo de holozoos ya extinguido, que utilizaban estas estructuras como propágulos (es decir, una estructura producida sexual o asexualmente, capaz de desarrollarse por separado para dar lugar a un nuevo organismo idéntico al que la formó).
- Discos: Fósiles con forma circular, como Ediacaria, Cyclomedusa y Rugoconites, hicieron que los fósiles ediacáricos fueran identificados originalmente como cnidarios, un grupo que también incluye las medusas y los corales. Exámenes posteriores han conducido a interpretaciones alternativas de los fósiles en forma de disco: actualmente, ninguno es considerado con certeza una medusa. Otras interpretaciones proponen (1) cercanía con los rizoides, protistas y anémonas marinas; (2) los patrones presentes donde se encuentran los ejemplares han hecho que muchos individuos aparentes sean identificados como colonias de microbios; y (3) otros pueden representar marcas de rayado formadas por organismos dotados de pedúnculos (estructura que sirve a modo de pie de sujección) girando alrededor de sus agujeros. Debido a que sólo el dorso inferior del organismo se ha fosilizado, no se conocen las suficientes características útiles del organismo para establecer una estructura adecuada.
Reconstrucción artística (arriba) de una de las primeras interpretaciones del aspecto y forma de vida de Cyclomedusa. Autor: desconocido. Fotografía real (abajo) de un fósil de Cyclomedusa, de filiación incierta y aspecto esponjoso. Autor: desconocido.
- Bolsas: Fósiles como Pteridinium, conservados dentro de capas sedimentarias, se asemejan a «bolsas llenas de barro». La comunidad científica no ha llegado a un consenso sobre como interpretarlos.
- Organismos esponjosos: Los organismos considerados en la definición revisada de VENDOBIONTA, de A. Seilacher, comparten una apariencia «esponjosa» y son semejantes a un colchón inflable. En algunas ocasiones estas «esponjas» se rompieron o resquebrajaron antes de conservarse; estos ejemplares dañados ofrecen indicios valiosos para el proceso de reconstrucción. Por ejemplo, las tres (o más) frondas petaloideas de Swartpuntia germsi sólo se pueden reconocer en ejemplares dañados, pues normalmente las diversas hojas quedaban ocultas cuando los organismos eran aplastados durante la rápida sedimentación.
Estos organismos parecen conformar dos grupos, los organismos «rangeomorfos», fractales, y los «erniettomorfos», más sencillos. Incluyendo en estos grupos los fósiles de los célebres Charnia y Swartpuntia, este tipo es el más característico de los organismos ediacáricos, pero también el más difícil de situar dentro del árbol filogenético conocido. Al no disponer de boca, intestinos, órganos reproductivos ni conservarse ninguna prueba de su estructura interna, su existencia resulta muy extraña según los parámetros actuales. La hipótesis más aceptada es que podían succionar los nutrientes del agua a su alrededor por ósmosis.
- Ediacáricos «no ediacáricos»: Algunos organismos ediacáricos han conservado detalles más complejos, lo que ha permitido que sean interpretados como posibles formas primitivas de filos vivientes, excluyéndolos de algunas definiciones de los organismos ediacáricos. El fósil más antiguo de este tipo es el supuesto Vernanimalcula, bilateral, que según algunos especialistas es, en cambio, la parte interior de un saco de huevos o un acritarco. Ejemplos más recientes, aceptados casi universalmente como bilaterales, incluyen Kimberella (parecido a un molusco), Spriggina y Parvancorina, con forma de escudo, cuyas relaciones están actualmente en debate.
Una serie de fósiles conocidos como pequeños fósiles con caparazón están también representados en el periodo Ediacárico, siendo el más célebre Cloudina, un pequeño fósil en forma de tubo que presenta marcas de depredación, sugiriendo que, aunque los predadores quizás no habrían sido muy comunes durante el Ediacárico, como mínimo existían. En el periodo Ediacárico ya había, además, representantes de algunos taxones modernos, algunos de los cuales se pueden reconocer en la actualidad. Las esponjas, las algas rojas y verdes, los protistas y las bacterias son fácilmente reconocibles, y algunos de ellos ya existían miles de millones de años antes del periodo Ediacárico. También se han descrito posibles artrópodos.
Reconstrucción artística (arriba) de Kimberella quadrata. Autor: Nobu Tamura. Fotografía real (abajo) de un ejemplar fósil de Kimberella. Autor: Aleksey Nagovitsyn.
- Icnofósiles: Los icnofósiles, también conocidos como pistas fósiles, son los restos fósiles de la actividad biológica que han quedado grabados en el sustrato, entre los que se encuentran las huellas, los cubiles, etc. Con la excepción de algunos escolitos muy simples, los únicos cubiles conocidos del periodo Ediacárico son horizontales y se localizan en la superficie o justo debajo. Estos cubiles implican que existían organismos móviles con cabezas, que probablemente habrían presentado una simetría bilateral. Este hecho los situaría dentro del clado de los animales bilaterales, pero también podrían ser consecuencia del movimiento de organismos más simples que rodaban mientras se alimentaban por el fondo marino.
Los cubiles observados implican un comportamiento simple, por lo que no parece tener continuidad la evidencia de un comportamiento de alimentación complejo y eficiente de principios del Cámbrico. Algunos fósiles ediacáricos, especialmente los discos, fueron interpretados en un principio como icnofósiles, pero esta hipótesis no fue confirmada. Además de los cubiles, se han encontrado icnofósiles directamente asociados con un fósil edicarense. Yorgia y Dickinsonia aparecen a menudo al final de largas vías de icnofósiles que se corresponden con su forma o con un mecanismo de alimentación ciliar, pero el método de formación de estos fósiles no relacionados pero que aparecen juntos sigue siendo, en su mayor parte, un misterio. El potencial molusco Kimberella está asociado con marcas de estrías, posiblemente formadas por una rádula.
Reconstrucción digital (arriba) de un Dickinsonia costata avanzando sobre un tapete microbiano. Autor: David Attenborough, copyright: Atlantic Productions. Fotografía real (abajo) de un fósil de Dickinsonia costata. Autor: desconocido.
Origen:
Cuando aparecieron los organismos ediacáricos, hace 655 Ma, ya habían pasado casi 4.000 Ma desde la formación de la Tierra, y aunque hay fósiles que datan de hace 3.460 Ma, la primera prueba inequívoca de vida data de hace unos 2.700 Ma, existiendo con toda certeza las células con núcleo hace ya 1.200 Ma. Por eso cabe preguntarse por qué hizo falta tanto tiempo para que aparecieran formas con un grado de complejidad como el de los organismos ediacáricos.
Posiblemente no haya ninguna explicación especial y el lento proceso evolutivo simplemente requirió 4.000 Ma para acumular las adaptaciones necesarias. De hecho, parece que hay un lento aumento en el nivel máximo de complejidad a lo largo de este tiempo, con la evolución de formas de vida más y más complejas paulatinamente, con indicios de vida anterior semi-compleja, como Nimbia, hallada en la Fm. Twitya y fechada en hace 610 Ma, que presentaba la morfología más compleja conocida de aquel tiempo. Por otro lado, los casquetes de hielo de algunos periodos del Precámbrico, de inmenso tamaño y alcance global, podrían haber retrasado o impedido la aparición de la vida pluricelular.
Una corriente de pensamiento alternativo es que, simplemente, no era una ventaja ser grande hasta la aparición de los organismos ediacáricos, esto es, de algún modo el ambiente favorecía las formas pequeñas. Un ejemplo actual de este hecho es el plancton, cuyo pequeño tamaño le permite reproducirse rápidamente para aprovechar los abundantes pero efímeros nutrientes de los florecimientos de algas. Sin embargo, el ambiente tendría que haber sido muy diferente a todos los conocidos para que una dimensión mayor no hubiera sido nunca ventajosa.
Uno de los principales factores que limitan el tamaño de un organismo es la cantidad de oxígeno de la atmósfera. Sin un sistema circulatorio complejo, las bajas concentraciones de oxígeno hacen muy difícil su asimilación por parte de un organismo lo bastante rápido como para responder a sus necesidades metabólicas.
En la Tierra primitiva, los elementos reactivos como el hierro y el uranio existían sólo en forma reducida y podían reaccionar con el oxígeno producido por los organismos fotosintéticos, oxidándose. El oxígeno no pudo empezar a acumularse en la atmósfera hasta que todo el hierro quedó oxidado (ver entradas «Gran Oxidación» y «Formación de Hierro Bandeado» para más detalle), así como los demás elementos oxidables. Donald Canfield detectó indicios de las primeras cantidades significativas de oxígeno en la atmósfera justo antes de la aparición de los primeros fósiles ediacáricos, por lo que la presencia de oxígeno atmosférico pronto fue señalada como el posible elemento desencadenante de la evolución divergente del periodo Ediacárico.
Parece que el oxígeno se acumuló en dos etapas: la aparición de pequeños organismos sésiles parece corresponderse con un primer impulso de oxigenación, y la aparición de organismos mayores y móviles coincide con un segundo. Sin embargo, la resolución del registro fósil conocido es demasiado baja para considerar esta teoría como definitiva, y las investigaciones actuales intentan determinar con precisión el papel que podría haber jugado el oxígeno, pues la anoxia tuvo un efecto muy limitado en otras etapas con vida pluricelular, como durante el Cámbrico temprano o el Cretácico.
Los periodos de frío intenso también han sido sugeridos como un obstáculo para la evolución de la vida pluricelular. Los embriones más antiguos conocidos, procedentes de la Fm. Doushantuo en China, aparecen sólo 1 Ma después de que la Tierra emergiera de una glaciación global, sugiriendo que la capa de hielo y los fríos océanos podrían haber impedido la aparición de vida compleja. Es posible que hubiera evolucionado vida pluricelular antes de estas glaciaciones, y que éstas lo extinguieran. Sin embargo, la diversidad de formas de vida en la Antártida actual plantea desacuerdos razonables en cuanto a si las temperaturas frías aumentan o reducen el ritmo de la evolución.
A comienzos del año 2008 un equipo analizó la disparidad de las estructuras de organismos ediacáricos a partir de tres capas de fósiles diferentes: Avalon, en Terranova y Labrador, Canadá (fechado en 575 a 565 Ma), mar Blanco, en Rusia, (560-550 Ma) y Nama, en Namibia (550-542 Ma), inmediatamente antes del comienzo del Cámbrico. Concluyeron que, mientras que las muestras de mar Blanco presentaban la mayor parte de las especies, no había diferencias significativas entre los tres grupos, por lo que antes del periodo de Avalon estos organismos debieron sufrir su propia «explosión» de vida, similar a la explosión del Cámbrico.
Reconstrucción digital (arriba) de un Spriggina avanzando sobre un lecho de arena. Autor: David Attenborough, copyright: Atlantic Productions. Fotografía real (abajo) de un fósil de Spriggina flounensi. Autor: desconocido.
Desaparición:
La baja resolución del registro fósil hace que la desaparición de los organismos ediacáricos sea en parte un misterio. Parece que hubo una desaparición relativamente abrupta a finales del periodo Ediacárico (la presencia de organismos «ediacáricos» en el Cámbrico no tiene una aceptación universal). La causa de esta desaparición está actualmente en debate, habiendo surgido diferentes explicaciones para este fenómeno:
- Sesgo de conservación: La abrupta desaparición de fósiles ediacáricos cerca del límite con el Cámbrico temprano podría deberse simplemente al hecho de que las condiciones ya no favorecían la fosilización de los organismos ediacáricos, que podrían haber continuado prosperando sin conservarse. Sin embargo, si eran comunes, se tendría que haber encontrado más de un ejemplar ocasional en conjuntos fosilíferos excepcionalmente bien preservados (yacimientos como los esquistos de la Fm. Burgess o la Fm. Maotianshan), a menos que estos yacimientos representen un ambiente que los organismos ediacáricos nunca habitaron, o no apto para su conservación.
- Depredación y organismos pacedores: Se ha sugerido que, en el Cámbrico temprano, organismos en una posición más alta dentro de la cadena trófica causaron que prácticamente desaparecieran las capas microbianas. Si estos organismos «pacedores» aparecieron en la misma época en la que empezaron a declinar los organismos ediacáricos, se puede sugerir que los «pacedores de bacterias» desestabilizaron el sustrato microbiano, causando como mínimo un desplazamiento de los organismos de la biota edicárica, o perturbando hasta tal punto el ecosistema que condujeron finalmente a su extinción.
Otra posibilidad es que los nuevos animales con esqueleto podrían haberse alimentado directamente de los organismos ediacáricos, relativamente indefensos. Sin embargo, si la interpretación de Kimberella como «organismo pacedor» es correcta, se puede deducir que los organismos ediacáricos ya afrontaban una amenaza limitada de «depredación». Sin embargo, hay poca evidencia de icnofósiles del periodo ediacárico, hecho que a priori se opone a la teoría de los pacedores activos. Además, el inicio del Cámbrico se define por la aparición de un ensamblaje global de icnofósiles, bien diferente del propio del periodo Ediacárico, con pocos indicios de actividad.
- Competencia: Es posible que un aumento de la competencia a causa de la evolución de innovaciones clave dentro de otros grupos, quizás como respuesta a la depredación, expulsase a los organismos ediacáricos de sus nichos ecológicos. Sin embargo, este argumento no ha explicado con éxito fenómenos similares. Por ejemplo, la «exclusión competitiva» de los braquiópodos por parte de los bivalvos fue finalmente considerada el resultado coincidente de dos tendencias no relacionadeas.
- Cambio en las condiciones ambientales: Aunque es difícil inferir el efecto que tienen unas condiciones planetarias cambiantes sobre los organismos, comunidades y ecosistemas, hubo grandes cambios a finales del Precámbrico y principios del Cámbrico temprano. La fragmentación de los supercontinentes, la subida relativa del nivel del mar (creando mares someros y «aptos para la vida»), una crisis de nutrientes disponibles, fluctuaciones en la composición de la atmósfera, incluyendo los niveles de oxígeno y dióxido de carbono, y cambios en la química de los océanos que potenciasen la biomineralización, son factores que pudieron haber colaborado en la extinción de la biota ediacárica.
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Figuras:
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